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Brian Clough, larger than life (II)

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Aquella noche en que nuestro protagonista dudó de la capacidad como portero de Jan Tomaszewski fue la última de Alf Ramsey como entrenador de la selección inglesa. El portero polaco hizo un gran partido –poco ortodoxo, pero muy eficaz- e Inglaterra se quedó fuera del Mundial ’74. El reinado de Ramsey se terminaba y la F.A. tuvo que buscarle sustituto. Hubo quien pidió a Clough, que estaba en el paro y había demostrado capacidad para jugar un fútbol atractivo y competitivo al mismo tiempo. Pero los directivos de la federación eligieron al técnico más exitoso de la anterior década: Don Revie, el gran rival de Clough. Un brillante ex-jugador que había tomado las riendas de un Leeds que sufría en Segunda y al que convirtió en el rey de la regularidad, quedando siempre entre los cuatro primeros en liga, ganando finales y perdiendo otras, tanto en Inglaterra como en Europa. Era una decisión lógica, aunque cabían ciertas dudas acerca de cómo iba a encajar su meticuloso estilo, basando en el estudio más minucioso del rival, y el uso de las concentraciones para crear un equipo. ¿Conseguiría recrear el espíritu familiar de su Leeds en la selección nacional?

El caso es que para Clough, la salida de Ramsey y Revie abrió un hueco en el Leeds United. Y a pesar de que había seguido a Peter Taylor en una aventura en el sur del país, con el Brighton de Third Division –que tenía un ambicioso proyecto amparado en un dueño con bastante poder económico-, las cosas no iban demasiado bien y Clough no se lo pensó cuando recibió la oferta de Manny Cussins, el nuevo presidente del Leeds. Y, como es lógico, todo el planeta fútbol se echó las manos a la cabeza.

Clough dura 44 días en el todavía de Don RevieEra un proyecto destinado a fallar. El Leeds era el equipo de Revie y aunque este ya no estaba allí, su legado seguía presente en cada esquina de Elland Road. En ningún lugar era esto más acusado que en el vestuario. Los hombres que había trabajado para Revie recibieron a Clough con escepticismo y este no les hizo cambiar de idea cuando en su primer día de trabajo reafirmó todas las acusaciones que había hecho contra ellos en los años anteriores. No había caso y ese grupo de hombres nunca iba a comprar sus ideas, aunque Clough se hubiera llevado consigo a McGovern y O’Hare. Sólo Duncan McKenzie, un talentoso atacante también fichado por Clough, se adaptó medianamente bien. El equipo no solo no ganaba partidos sino que en algunos partidos el espectáculo dado por sus jugadores era bochornoso, como aquel de Billy Bremner liándose a golpes con Kevin Keegan en la Charity Shield. Clough duró 44 días –los mismos que duraría en el mismo club otro grande como Jock Stein, lo cual habla a las claras de lo difícil que era asumir el legado de Revie-, y se fue al paro. Pero lo hizo con una indemnización enorme que le dio seguridad económica y le permitió tomarse un tiempo para disfrutar de la familia y la vida. “Hoy es un día triste… para el Leeds United”, dijo. Y además luego se despachó a gusto con el club y con Revie en un momento histórico de la televisión británica. Y luego en otra ni más ni menos que con David Frost. Lo dicho, “larger tan life”.

Su etapa en Leeds United no será más que un pequeño intervalo en la gran ascensión de Clough.

Enero de 1975 significó la vuelta de Clough a los banquillos, esta vez solo, y a uno de los históricos rivales de su Derby County, el Nottingham Forest. El equipo estaba en la parte baja de la Second Division y allí siguió hasta el final de temporada, acabando decimosexto. Ya había buenos mimbres, como Viv Anderson, Martin O’Neill y John Robertson. Y, por supuesto, los dos flamantes fichajes de Clough: John McGovern y John O’Hare. El técnico mira con ambición a su primer curso completo en el club, pero este pasa sin pena ni gloria, quedando el Forest en octava posición tras un año mediocre, que ni siquiera trae el típico fichaje resultón o la polémica por declaraciones de su lenguaraz entrenador. Incluso mediada la temporada del 77 se especula con que Clough puede abandonar el club y recorrer de nuevo el camino hacia Derby, donde Dave MacKay había sido despedido. Los rumores incluso le sitúan como el más firme candidato a suceder a Don Revie en el banquillo de la selección inglesa.

A Revie no le va nada bien en Inglaterra, pero la FA no quiere a CloughLa etapa del ex-entrenador del Leeds como seleccionador nacional no puede ser más triste. Inglaterra no levanta cabeza y el estilo de Revie no se adapta nada bien al del equipo nacional. Revie prueba muchos jugadores y varios estilos de juego pero nada parece funcionar. Si juega al estilo inglés no saca lo mejor de futbolistas técnicos como Keegan, Trevor Francis o Trevor Brooking, si juega un estilo más continental Holanda le da un repaso en Wembley e Italia lo deja sin Mundial 78. Revie lidia mal con los veteranos, se apoya en algunos de sus jugadores del Leeds y le cuesta dar confianza a los jugadores más técnicos y rebeldes del panorama inglés, como Stan Bowles o Charlie George. Sus grandes apuestas son Malcolm Macdonald y Gerry Francis, dos jugadores de buen nivel, pero nunca verdaderas estrellas internacionales. Así pues, Clough se vio en este año 77 con la posibilidad de dirigir a la Three Lions, y nunca más cerca del puesto estará. Se entrevista con los gerifaltes de la F.A. pero finalmente no consigue el puesto. La Federación quería pegar un pequeño cambio de rumbo en el estilo de juego de la selección, pero no sorprendió a nadie que las decadentes autoridades del fútbol inglés no quisiesen saber nada de un tipo tan políticamente incorrecto como Clough. Un señor que ya no solo creaba tendencia cuando hablaba de fútbol, sino también cuando lo hacía de política. El Reino Unido se encaminaba hacia una crisis terrible y hacia el Thatcherismo, y las ideas socialistas de Clough estaban cada vez menos aceptadas. Así pues, fue Ron Greenwood, creador de la Academia del West Ham, el designado como nuevo entrenador del equipo nacional. Siempre quedará la duda de qué podría haber hecho Clough con toda una generación de talentos ingleses que dominaron la Copa de Europa en términos competitivos y los espacios de highlights en términos de calidad pura. Clough nunca iba a dejar de perseguir a los jugadores más técnicos y rebeldes del panorama británico. Seguramente se veía reflejado en ellos, y cada vez que podía ofertaba por Bowles, George, Francis, etc… Y los acabaría entrenando en una aventura casi milagrosa.

El caso es que en ese año 77 el Forest rinde y Clough parece estar centrado en su proyecto a pesar de todas las noticas que se mueven a su alrededor. A sus pretorianos ha ido añadiendo elementos de buen nivel. Larry Lloyd, un poderoso central ex del Liverpool se va a convertir en el baluarte de su defensa. Lloyd era fuerte y duro, aunque no excesivamente dotado con la pelota, razón por la que Bill Shankly lo descartó, en su obsesión por buscar un juego más continental, con centrales capaces de armar el juego desde atrás. En ataque, que era la parte más débil del conjunto, se hace con el gigantón Peter Withe y el joven Tony Woodcock, dos hombres a los que la Copa de Europa reportará momentos de gloria en el siguiente lustro, aunque ellos ni podían imaginárselo. También se saca de la manga a Garry Birtles, un chaval de veinte años que llega por dos mil libras de un equipo aficionado. Con todas estas cartas, el Forest asciende como tercero, tras Wolves y Chelsea, y Clough vuelve por fin al lugar de donde nunca debió salir: la First Division.

El ascenso del 77 es el inicio de la autopista hacia el cielo de Clough y su Forest.

Siguiendo el modelo creado por el propio Clough con su Derby County, lo más difícil del trayecto estaba ya completado. Y, como había dicho a inicios de los 70 con los Carneros, Clough confiaba en su equipo para no sufrir, pero nunca para ganar el título. Pero sus movimientos en el mercado indicaban otras ideas. Ficha a Kenny Burns, un central escocés que completará con Lloyd la versión Forest del McFarland-Todd. Para el centro del campo llega Archie Gemmill, uno de los favoritos de Clough y a finales del verano se da un golpe en la mesa y se ficha al mejor portero inglés, Peter Shilton. Es el fichaje del guardameta el que Clough considera será más importante y dará un salto de calidad a la plantilla. Y lo paga como tal, convirtiéndole en el portero más caro del mundo. El equipo, hombre por hombre, es muy bueno, pero no debemos olvidar que vivimos en la época del gran Liverpool de Bob Paisley, campeón europeo, dueño de un primoroso estilo de juego –el “passing game”– y que acaba de fichar a Kenny Dalglish. Pero el Forest tiene un quintento defensivo de hierro con Shilton, Anderson, Burns, Lloyd y el veterano Frank Gray. La rotación de McGovern, Gemmill, Martin O’Neill –el verdadero cerebro del equipo-, el duro Ian Bowyer y el chaparro John Robertson en la izquierda no tiene nada que envidiar a ninguna en Inglaterra. Arriba, un cuarteto que combina juego aéreo, juego de espaldas, velocidad, técnica y oportunismo: Peter Withe, Garry Birtles, Tony Woodcock y John O’Hare.

Su Nottingham Forest logra batir al gran Liverpool varias vecesEl Forest vuela. Juega mejor y más rápido que nadie, en casa y fuera. No pega ni la mitad que el resto de la liga –bueno, Lloyd tiene sus detallitos- y no protesta. En marzo se gana la Copa de la Liga tras un replay contra el Liverpool, que se decide por un penalti de Robertson. Un mes más tarde cae la del título liguero, con siete puntos de ventaja sobre los de Bob Paisley. Shilton es nombrado mejor jugador del año para la asociación de futbolistas, dando la razón a la apuesta de Clough a inicios de temporada. Y lo refrendan los periodistas dándole el premio al mejor jugador de año a Kenny Burns. Woodcock es el mejor joven. Todos se rinden al sorprendente Nottingham Forest. Clough lo ha hecho de nuevo, y no se quiere parar aquí. Si de algo siempre ha pecado es de ambicioso y quiere la copa de las grandes orejas. Es un momento en que es posible, ya que el mapa del fútbol europeo está cambiando. Hay un cambio de guardia en casi todo el continente y equipos dominadores como Ajax, Bayern Munich, Benfica, Celtic o Real Madrid pasan por un período de transición. Inglaterra tiene al mejor equipo del continente, el Liverpool, que viene de ganar su segunda Copa de Europa consecutiva y con el que el Forest ha creado una rivalidad encarnizada durante todo el año. Ahora ambos representarán al fútbol inglés en la máxima competición continental.

En pretemporada, Clough da un golpe de efecto, primero dejando salir a Peter Withe, su mejor delantero en la temporada del título. Withe se va al Newcastle y su cita con la Copa de Europa tendrá un ligero retraso. Llegará, y de qué manera, con el Aston Villa. El sorprendente movimiento se completa con la llegada de Trevor Francis, por el que el Forest para un millón de libras –primer jugador de la historia en costar esa cifra-. Francis es un atacante joven, habilidoso y con carisma. Se espera de él que sea el contrapeso perfecto a Kenny Dalglish, con el que rivaliza en movilidad y entendimiento del juego. Clough, en uno de sus golpes de genio, se asegura de quitar presión al fichaje en su presentación: “Venga chicos, hagamos esto rápido. Hay cosas más importantes que hacer hoy”, aseveró Clough vestido para jugar al squash. “¡Me voy en 20 minutos!”, cerró. Pero Francis se lesiona pronto y de gravedad. Se perderá toda la temporada. Es un mazazo para el equipo, y más aún cuando el tan esperado sorteo de la Copa de Europa arroja un bombazo: Forest vs Liverpool.

La Copa de Europa se había convertido en la particular obsesión del técnico inglés.

En la ida, en el City Ground, Clough apuesta por la movilidad de Woodcock como segundo punta acompañando a Birtles. El pelirrojo atacante cae a la derecha y combina bien con las llegadas de McGovern. En la izquierda Robertson es un diablo. No es rápido, ni mucho menos, pero lleva la pelota atada al pie y cambia de ritmo cuando quiere. Y necesita muy poco para preparar esos centros medidos tan característicos de su juego. El Forest, que parece inferior a un Liverpool en el que Souness y McDermott forman una pareja insuperable en el centro del campo mientras Dalglish domina el frente de ataque, sorprende al mundo. Primero Birtles y casi al final del partido Barrett ponen un 2-0 que el equipo defenderá perfectamente en Anfield, merced a una gran actuación –otra más- de Peter Shilton. ¿Cuándo iba a dejar de sorprendernos este equipo? No sería en la siguiente ronda, donde se arrasó al AEK Atenas entrenado por Ferenc Puskás. Tampoco será en cuartos contra el Grasshoppers del talentoso Claudio Sulser. A estar alturas el Forest ha estado invicto 42 partidos de liga seguidos, rompiendo un record de más de cincuenta años de antigüedad. Un buen reflejo de la regularidad de este equipo.

La remontada ante el Colonia fue un momento clave en su carreraLas semis de la Copa de Europa son otra historia. Se enfrentan a otro representante de ese cambio de guardia del que hablábamos anteriormente. El Colonia había ganado la Bundesliga rompiendo así el duopolio de Bayern y Moenchengladbach. A estas alturas, con la otra semifinal enfrentando al sorprendente Malmö y al renacido Austria de Viena, ya se hablaba de que el campeón de Europa saldría del vencedor entre ingleses y alemanes. Y en la ida, en un embarrado estadio inglés, los alemanes salieron a mil por hora. Capitalizaron sendos errores defensivos del Forest para poner un 0-2 que pintaba las cosas muy negras para los de Brian Clough. El belga van Gool y el internacional alemán Dieter Müller fueron dos pesadillas para la defensa inglesa, que se mostró muy dubitativa esa noche, incluído un anormalmente nervioso Shilton. Pero el Forest mostró carácter y Birtles recortó distancias antes de la media hora. Aprovechando del pésimo estado del césped, ambos equipos optaron por un juego mucho más directo que el que normalmente practicaban y la épica hizo su aparición. Los de casa se abalanzaron sobre la portería alemana y Harald Schumacher completó una actuación excelente, pero los campeones de Inglaterra consiguieron dar la vuelta al marcador. Bowyer y Robertson llevaron el delirio a las gradas, sólo para que esta euforia fuese apagada por un gol a última hora de Okudera, sorprendente atacante japonés del Colonia. Clough consideró este resultado como positivo dada la actitud de sus jugadores. Para Weisweiler fue una pequeña decepción tras tener la victoria tan franca. Y este mismo espíritu fue el que quedó representado en el Estadio Müngersdorfer de Colonia. Los alemanes salieron agobiados, como si fueran perdiendo la eliminatoria, atacando a lo loco, mientras los chicos de Clough mantuvieron la compostura y en el minuto 65 de nuevo Ian Bowyer marcaba el gol que los enviaba a la final de la Copa de Europa.

Hay que volver a Alemania, a Munich. Ya nadie piensa en el título de liga que no pudo defenderse ante un Liverpool imperial. Sólo hay ojos para la Orejona. Y para Trevor Francis, que vuelve de su lesión y parte como titular ya que Martin O’Neill y Archie Gemmill no están disponibles. En frente están los suecos del Malmö, que hicieron el camino a Munich gracias a su tremendo trabajo defensivo, pero que llegan también con bajas importantes. Los ingleses son favoritos y como favoritos salen a jugar. Dominan sin crear excesivo peligro y el Malmö se ve impotente. Los suecos se limitan a encerrarse atrás, y aún así no son capaces de evitar un tiro al palo de John Robertson, al que Clough había pronosticado un gol en la final de la Copa de Europa. Pero en la segunda parte Robertson supera de nuevo a su par y lanza un centro hacia el segundo palo al que parece imposible que llegue nadie. Pero de repente la camiseta roja con el número siete aparece en escena, lanzándose en plancha y haciendo explotar a un Olympiastadion repleto de seguidores ingleses. Para esto había venido Trevor Francis. ¡Campeones de Europa!

Al año siguiente, en 1980, Brian Clough volvió a llevar a su Nottingham Forest a la gran cimaLa confirmación del milagro fue el momento culmen de la vida de Clough. En Madrid, junto a su inseparable Peter Taylor, defendía su título de campeón europeo ante el Hamburgo. Los alemanes, que vivían su época dorada, eran liderados por la –todavía- gran figura del fútbol inglés, Kevin Keegan, y eran considerados los favoritos tras aplastar al Real Madrid en las semifinales. Con el estadio semivacío ya que los aficionados madrileños no acudieron ante la decepción de no ver a su equipo en el partido, el Forest planteó un partido defensivo, algo no muy común con Clough. Formó con un centro del campo de cinco hombres y sólo Garry Birtles, el ariete indiscutible de toda esta epopeya, el chico al que Clough había descubierto en los amateurs unos años antes. Woodcock se había ido al Colonia y estaba triunfando en la Bundesliga, Francis estaba de nuevo lesionado, Charlie George, uno de los viejos anhelos del entrenador apenas duró cuatro partidos en el club y Stan Bowles, al que Clough por fin había echado el guante, tampoco estaba disponible. Bowles sólo duró un año en el equipo, siendo básicamente el suplente de Francis y manteniendo un constante tira y afloja con Clough. El técnico, decepcionado, ya le estaba buscando susituto –Ian Wallace, del Coventry-, antes del final de temporada. Pero nada de esto importó, porque la defensa inglesa domó a Keegan como pocas veces había pasado y John Robertson todavía tenía reservado aquel gol en la final de la Copa de Europa que Clough le había dicho. Partiendo desde la izquierda se fue al centro, amagó el tiro, dejó atrás al hombre que le salió al paso y se sacó un disparo con la derecha que botó justo antes de superar la estirada de Rudi Kargus. No había sido una casualidad. El Forest repetía título y dejaba una marca en la Historia que seguramente ya nunca sea superada.

El momento de mayor gloria supuso el inicio de una decadencia inevitable.

Dicen que cuando alguien consigue lo imposible, la obsesión por repetirlo causa más daño que motivación. Es algo que ha ocurrido a clubes históricos como el Real Madrid, el Benfica o el Ajax, pero qué no iba a sufrir el Nottingham Forest, bicampeón europeo y club con limitaciones claras al mismo tiempo, porque los héroes de sus grandes gestas empezaron a abandonar el club, buscando otras aventuras económicamente más productivas –Birtles al Manchester United- o simplemente por el paso de los años –Gemmill-. Todavía quedaba asaltar el mundo en Japón contra Nacional de Montevideo, pero el equipo había cambiado de cara. Sin Birtles, sin O’Neill, sin O’Hare. Con nuevos jóvenes prometedores como Steve Hodge y con un nuevo cerebro del medio campo como el suizo Raimondo Ponte. Los chicos de Clough viajaron a Japón sin demasiada motivación, y el técnico, obsesionado con que sus hombres no se desacostumbrasen al horario europeo les ordenó seguir viviendo y entrenando a las horas habituales. El resultado fue bastante desastroso y Nacional se coronó campeón mundial gracias a un gol de Waldemar Victorino, un delantero tocado por los dioses en 1980. Pocos meses antes había dado también el título de la Copa de Oro de Campeones Mundiales –el famoso Mundialito de 1980- a Uruguay.

El equipo se va rompiendo, los fichajes como Asa Harford o Justin Fashanu no acaban de rendir y el equipo empieza a bajar el rendimiento alarmantemente. La relación entre Clough y Taylor se había ido agriando y este proceso culmina con la renuncia del segundo, que abandona el club. Fichará por el Derby County y en verano del 83 fichará a John Robertson “a traición”, según Clough, que efectivamente acaba con cualquier tipo de relación con “esa serpiente”. Nunca más Clough y Taylor se reconciliarían. En 1989, un año antes de morir, Taylor escribió un artículo en el que urgía a Clough a retirarse antes de que un presidente como Sam Longson lo echase o de que su salud le obligase a hacerlo por los sufrimientos que el fútbol de élite le suponía. Clough nunca respondió y siempre se arrepentirá de no haberse reconciliado con Taylor. Cuatro años después de la famosa carta de su ex asistente, Clough se retiraba tras descender con el Forest. Habían pasado trece años desde la final de Madrid, y el club ganó más títulos y volvió a Europa, pero Clough había ya descendido al abismo del alcohol y las salidas de tono más graves. Sus guerras ideológicas, agudizadas por la bebida, le hacían ir más lejos que nadie y estaba muy decepcionado con el rumbo que tomaba el juego. Clough sufría como propias las salvajadas de los hooligans, y sentía como las televisiones que iban a controlar el fútbol inglés estuviesen comprando partes de su vida. El mito de Clough se fue en un momento difícil, dejando a su adorado Forest en segunda, pero en ningún momento se ha dudado de su legado, ni de su figura. En ninguno de los dos lados de la M1. Ese es su mayor mérito. Nadie es “el nuevo” Clough.
 

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Entregas anteriores:
Brian Clough, larger than life (I)


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